Ayer oficialmente empezó a gatear, bueno a gatear a su manera. Una pierna por delante, la otra por detrás, y con las manos coge impulso.
La solución, decirla un NO rotundo, ella me mira y mientras aprovecho para acercarme rauda y veloz e impedirlo, no siempre lo consigo, claro.
Vega lleva varias noches que la cuesta dormir, ¿serán los dientes?¿será ansiedad por separación?¿será cambios en el sueño?...yo suelo tener mucha paciencia pero hay momentos en el que acabo perdiendo los nervios y la imaginación me juega malas pasadas, me doy cabezazos contra la pared, me tiro por la ventana, doy un manotazo a todos los artículos que decoran la mesa del salón y que caigan al suelo, me clavo un lápiz en el brazo.
Entonces recordé una anécdota de cuando era pequeña, que se me quedó grabada a fuego en la cabeza y por eso mi inconsciente la trajo de vuelta al futuro.
Rondaba yo los 6 años e iba a 1º de EGB, era una niña tímida, aunque cogía confianza rápido. No decía palabrotas porque mis padres me decían que las niñas bonitas no hablaban mal. Un niño me empezó a hacer la vida imposible. Me pegaba y me daba patadas. Cuando escribía, me arreaba codazos para que hiciera rayajos en mi estupendo cuaderno impoluto, que a día de hoy me hubiera encantado conservar. Siempre era mi compañero de mesa, porque al colocarnos en orden alfabético, nos tocaba juntos.
Yo me quejaba a mi madre y mi madre se quejaba a la profesora y la profesora no se quejaba a nadie porque llegué a 2º con el mismo problema, por eso imagino que la profesora no informaba a la madre de ese niño o directamente JJ, así se llamaba el descerebrado, se la repampinflaba y hacía lo que le salía del bolo.
Cuando me daba una patada, le decía inocente de mí, que no me había dolido para sentirme mejor, pero resulta que el jodío me arreaba otra más fuerte. Así que siempre tenía moratones en las piernas.
Una tarde, ya en 2º de EGB, recuerdo estar dibujando, porque era "hora libre" y estábamos todos en silencio. Él no hacía más que pincharme, darme codazos, quitarme las pinturas que iba a usar, etc...tal fue la desesperación que la niña buena que tanto había aguantado cogió un lápiz y sin pensárselo se lo clavó al niño en el brazo, debía ser a finales de curso, porque JJ iba en manga corta. Con tan mala suerte que al quitar el lapicero, la punta se quedó incrustada en el antebrazo y JJ empezó a llorar y fue corriendo a la profesora a chivarse. Yo también lloraba, porque me sentía mal y encima tenía que explicar por qué lo había hecho. Nunca más me volvió a pegar, ahí terminó.
A día de hoy recuerdo a JJ, y me encantaría encontrármelo y preguntarle ¿yo te gustaba, verdad, mamón? si la respuesta fuera no, estaría segura que era un maltratador en potencia, qué genio tenía el colega.